Con mi bolsa y los gastados zapatos de la última actuación en el bar 300KM más atrás llegué a aquella preciosa playa.
No estaba cansada por la caminata. Nunca podría cansarme de andar. Mi vida había sido nómoda desde siempre y, en caso de aburrirme, mis veloces patas de loba dejaban que me divirtiera un poco por los bosques y lugares escondidos, pero, hacía ya un tiempo que me sentía rara bagando por ahí. Me sentía incompleta, incómoda, sola...
No tardé ni dos segundos en tirar mi bolsa y tirarme con un planchazo sobre la arena, respirar hondo y cerrar los ojos bajo el caluroso sol que cakentaba mi tostada piel.