El regalo de Alice es muy grande asi que lo divido en dos partes
Regalo para Alice
Regalo de navidad
Dos vidas totalmente diferentes. Dos tipos de vista contrarios. Dos formas de vivir antagónicas. Secretos que serán descubiertos. Pero que duele más, ¿la mentira… o la verdad?
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Las calles estaban adornadas con cientos de colores y formas luminosas, llenas de gente con el habitual ajetreo de estas fiestas. Todo el mundo tenía prisa en llegar a su casa en las vísperas de fin de año. Bueno, no todo el mundo. Chris miraba la marea humana con su habitual indiferencia, pensando en que la gente se alteraba con nada.
Él no se diferenciaba del resto físicamente, pues era igual que cualquier chico de diecinueve años. En todo caso se podría resaltar el color de sus ojos, un azul transparente que recordaba el hielo, pero cuando te acercabas te dabas cuenta de que había algo que no estaba totalmente bien en él. Su postura relajada refleja a la perfección su despreocupación, cuando mirabas su cara te topabas con un muro de indiferencia que hacia que la gente se alejara. Si viendo eso aún alguien intentaba entablar conversación con él, notaba la indiferencia de su tono y su lógica irrefutable aumentaba la sensación de no ser bien recibido.
A él le daba igual lo que pensaran, no se podía permitir que nada entrara en su vida ni el lujo del olvido.
Camino hacia su casa, un piso en el centro de la ciudad con los muebles justos para poder vivir. Siempre estaba ordenado meticulosamente, sin poner nada de personalidad, recordando así la habitación de un hotel.
Puso su chaqueta en el colgador y se puso a hacer la cena. Mientras cortaba las verduras le vino a la mente el recuerdo de unas navidades, cuando aun las celebraba, y lo desecho al momento. No podía pensar en el pasado, si la hacía corría el peligro de volver al principio.
Cuando terminó la comida ceno en silencio, concentrado en la carne. Después se fue a dormir pensando que por fin había conseguido separarse del mundo.
Nunca había estado tan equivocado.
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A pocos metros de allí, un grupo de chicas salía del trabajo. Eran seis o siete, de unos diecinueve años, sin detalles destacables a primera vista. Pero una de ellas, Mara, era algo diferente. Su cabello rojo destacaba entre los otros colores, su risa era como el repique de unas campanas, su voz era una melodía alegre y siempre estaba contenta.
Físicamente, no era ni fea ni guapa, pero era el tipo de chica que la miraban y se encontraban que les era imposible sacarla de su cabeza. Psíquicamente, con su carácter extrovertido, su risa contagiosa y su alegría personal, era una persona que siempre estaba rodeada de amigos.
Ella no entendía a la gente que le preguntaba porque estaba siempre alegre. ¿Por qué tenía que estar triste? ¿Acaso eso era lo normal? ¿Caras largas y lagrimas? No entendía que la gente se regocijase en su sufrimiento. No entendía que la gente se peleara, ni que el amor desapareciera en algunas personas. Simplemente, no lo entendía.
Para su edad Mara era muy ingenua, sencilla y poco dada a mentir, cosa extraña, pensaban algunos.
Mientras sus amigas bromeaban, Mara reparo en un objeto que había en el suelo. Se agacho a recogerlo y se dio cuenta de que era de un carné de identidad. Leyó el nombre y se sorprendió. Era de la única persona que jamás habría pensado que seria. Christian Ambrosie. Lo conocía de verlo yendo a su casa mientras ella llegaba al trabajo. No sabía nada más de él, menos que se mantenía apartado de la gente y que nadie había podido entablar amistad con él.
-¡Mara! ¿Vienes o no?- le gritó una de las chica.
Mara salió de su ensimismamiento y se dio cuenta que se había detenido en medio de la calzada, entorpeciendo el paso. Corrió hacía sus amigas mientras se guardaba el carné en el bolsillo. Lo devolvería mañana pensó. Alcanzo a sus amigas y se unió a las bromas.
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Chris reparó en la desaparición del carné mientras se vestía. Era extraño en el perder las cosas, pero no le dio la menor importancia. Desayuno y salió de casa como cualquier otro día, pero con la extraña sensación de que algo importante estaba apunto de pasar. Se dirigió al colegio con la certeza de que pronto, muy pronto, algo cambiaria, y no habría vuelta atrás.
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Mara pasó el día como cualquier otro. Levantarse, ir al colegio, ir a casa, comer, ir al colegio, ir a trabajar. Pero ese día, después del trabajo no se dirigió a su casa, sino que se encaminó hacía la casa de Chris.
Llegó al portal y llamó al tercer piso. Volvió a llamar después de unos segundos. Nada. Llamó por tercera vez, temiendo que no estuviese en casa. Cuando estaba a punto de irse, la puerta se abrió.
Subió los tres pisos a la carrera y picó en la puerta de madera. Chris la abrió y la invitó a entrar. Él no solía recibir visitas y menos a esas horas. Que además la visitante fuera una jovencita no mejoraba nada. Ella parecía nerviosa, no paraba de sonreír y cambiar el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Él estaba tan frío y distante como siempre. Pero no se conocían, así que no sabían que esas eran sus formas de ser.
Un silencio incomodo se produjo en la habitación. Lo rompió Mara y cuando lo hizo su voz sonó insegura y con su tono de alegría innata.
- A… Esto… Ayer encontré esto en la calle y pensé que tendría que devolvértelo. Si te he molestado lo siento mucho.- dijo mientras le entregaba el carné. Sus mejillas adaptaron un color rosado debido a la vergüenza.
Chris recogió el carné y le dio las gracias. Hacía mucho que no trataba con personas, así que la situación se le antojaba incomoda. Mara miraba ahora por la ventana y aunque su cara seguía teniendo una sonrisa, su mirada parecía preocupada.
Chris la miró, esperando que se marchara y ella, al darse cuenta, enrojeció aún más.
- Es que esta lloviendo y… no he traído paraguas-explico avergonzada.
En ese momento Chris debería haberle dejado un paraguas y olvidarse de la chica, pero se encontró así mismo invitándola a quedarse hasta que amainara. El resto de la tarde pasó rápidamente mientras los dos hablaban de cosas triviales. Por extraño que pareciera, Chris se sentía a gusto con Mara y tenía por dentro una antigua sensación que hacia mucho que no tenía. Mara también se sentía a gusto con aquel chico que era frío, lejano, a la vez que reconfortable y cercano. Ella había encontrado una palabra que lo definía en cuanto a lo que ella se refería: extrañamente atrayente.
Aunque ninguno de los dos quería que aquello acabara, la lluvia amaino y Mara recordó lo tarde que era. Se fue a su casa tarareando una canción alegre y una extraña sensación en el estomago, dejando atrás a un Chris confuso con su extraña sensación. La cuenta atrás había empezado. Nadie podría evitar el desastre.
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Al día siguiente, Chris pensó en lo que había pasado. La extraña sensación no había desaparecido de él, pero seguía sin prestarle atención. Se fue al colegio mientras intentaba olvidarse de Mara, de la tarde de ayer, de todo lo relacionado con esa chica que se había escurrido dentro de su vida sin aviso.
Iba pensando eso cuando pasó por delante de una bombonería. Miró el escaparate y vio una caja de bombones roja, con un lazo. Aunque una voz en su cabeza le decía que tenía que alejarse de esa chica, entro en la bombonería y la compró. Se la guardó en la mochila y siguió su camino.
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Mara en cambio, estuvo todo el día pensado en la tarde anterior. Tanto en el colegio como en el trabajo le llamaron la atención por estar distraída, sus amigas le tomaron el pelo por estar en la luna y su madre le pregunto si se encontraba mal. Ella no les hacía caso y dejaba que su mente volara hasta la pasada tarde. Se deleitaba con cada detalle de aquella conversación como un niño con unos juguetes nuevos e intentaba recordar todo lo que podía de la cara de Chris. Ese día, aunque pareciera imposible, Mara estaba aún de mejor humor.
En el trabajo tenía turno doble, así que salió más tarde y solo acompañada de una amiga. Seguía pensando en él cuando algo le llamó la atención, un extraño cosquilleo en el costado, la sensación de estar siendo observada. Se giró y descubrió de donde venia.
Allí, apoyado en una farola con aire informal, estaba Chris esperándola.
Cuando él hubo captado su atención, sonrió y se acercó a las dos chicas con pasos despreocupados. La reacción de Mara fue inmediata. Se giró hacia su amiga, le dijo que avisara a su madre de que llegaría tarde y fue al encuentro de Chris.
Este observo todo lo que Mara hacia desde un metro de distancia, divirtiéndose de los movimientos nerviosas que ella hacia dada su mal disimulada alegría. Cuando ella se giró hacia él, este se acercó más, le alargó la caja de bombones y notó como la su cara se encendía de pura ilusión. Chris aún escuchaba esa voz de aviso en algún rincón de su cabeza, pero también se dio cuenta de que cuando esta va cerca de Mara se sentía mejor y cuando la veía sonreír volvía a sentir ese ya olvidado sentimiento. Pensó para si mismo que solo le estaba agradeciendo que le devolviera el carné el otro día pero en el fondo sabia que quería estar con esa chica de mejillas sonrojadas.
Ella miraba la cara de Chris, repasando sus ojos hasta llegar a la boca, que estaba torcida en una media sonrisa. Casi no se dio cuenta de los bombones, pero cuando los vio aún se puso más contenta.
Los dos tenían el mismo deseo de abrazarse, de tocar al otro, pero se tuvieron que conformar con caminar el uno al lado del otro y hablar de cosas que después de haberlas dicho, ninguno de los dos se acordaban. Al final, terminaron de nuevo en la casa de Chris, donde después de seguir hablando un rato, quedaron para verse el día siguiente.
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Con una mañana soleada y jovial llegó el día. Mara se levantó más temprano de lo normal, se ducho, desayuno y de dirigió a casa de Chris. Antes, pero, aviso a su madre de que a lo mejor no vendría a comer. Su madre se daba cuenta del rápido cambio que estaba experimentando Mara. Se la veía muy alegre a cualquier hora del día y dedicaba más tiempo a arreglarse. Pero lo más importante era que estaba madurando. Se centraba más en las cosas, hacia todas sus tareas, salía más con sus amigos, se independizaba por propia voluntad…
Su madre la observo alejarse de la casa con la certeza de que su niña ya no era una niña.
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Durante toda la mañana Chris y Mara charlaron y rieron mientras entre los dos hacían la comida.
En Chris también se apreciaban cambios, tales como que ya no le importaba estar con Mara, sonreía sin dificultad e instintivamente, estaba más abierto a la gente, en el hielo d e sus ojos se veía un fondo calido… Seguía sin olvidarse de su pasado, más aún, lo tenia siempre presente para no olvidarse de quien era en realidad, pero en los ratos que pasaba con Mara solo parecía una pesadilla que pronto olvidaría.
Comieron juntos, tal como Mara había supuesto. Siguieron hablando de cosas superflua, disfrutando de la compañía más que de la conversación. Ese extraño sentimiento que sentían, había ido a más entre los dos, pero seguían sin reconocerlo, sin saber que era.
El día pasó rápidamente y la despedida se hizo irremediable. Mara estaba a punto de irse cuando se le ocurrió algo.
- Una cosa Chris, ¿tu celebraras año nuevo?
- No lo tenia pensado, ¿por?
La voz de Chris parecía sorprendida y ella se puso colorada al notarlo.
- Por… Si quisieras, claro…Pues…- cogió aire y lo dijo todo a bocajarro- ¡Por si querrías que viniera mañana y lo celebrásemos juntos!
La escena que prosiguió a su frase fue inédita. Mara levantó la cara para mirar directamente a los ojos de Chris, con expresión serena que contrastaba con el color rojo de sus mejillas. A Chris le pilló totalmente desprevenido y en su cara se reflejaba la más absoluta de las sorpresas. Cuando se rehizo solo atino a decir que estaría encantado y que ya se verían al día siguiente.
Mara llegó a su casa y comentó lo del día siguiente con sus padres, que le permitieron ir, contentos de que se la viera tan feliz.
Después cenó, se ducho y se fue a dormir con la promesa de que al día siguiente volvería a ver a Chris.
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